10/05/2006

Fábrica de sueños

El cine de antaño, además de ser un espacio donde los sueños de unos pocos lograban comulgar con abucheos o aplausos los deseos de la mayoría, era, además, un micromundo con personalidad propia.
No hace mucho, era posible ver entre funciones al típico personaje paseándose entre las butacas vendiendo maní confitado. El caso de los acomodadores premunidos con linternas quienes, en medio de la oscuridad, ubicaban a los espectadores para recibir una retribución en dinero. Gatos, ratones, pulgas y hasta mamás con bacinicas se sumaban a este caleidoscopio, cuando los amores furtivos se daban cita sin que nadie lograra remecerlos en el fragor de la batalla. Por cierto, la batalla que mostraba el cine.
Épocas que Giuseppe Tornatore supo registrar magistralmente en “Cinema Paraíso”. Aquella sensiblera película que, de romanticota, jamás hizo aguas hasta caer en lo absurdo. La historia comienza cuando la madre de Salvatore, un exitoso cineasta de Roma, le comunica que ha muerto Alfredo, un viejo amigo de la infancia. Entonces regresa a su pueblo natal para despedir los restos de su mentor, no sin antes repasar, mediante la técnica del flashback, los mejores momentos de su niñez y juventud en torno al único cine que había en el lugar.
El film resuma nostalgia por un pasado que no siempre fue mejor, pero que rezumaba amistad real y el verdadero amor volandero. Y esa filosofía de vida silenciosa en la madre, cuando hace notar lo penoso que resulta oír a una mujer distinta cada vez que llama a su hijo por teléfono. O en ese cariño sin reparos del viejo Alfredo, cuando le advierte al joven Salvatore que se vaya del pueblo y que si algún día regresa derrotado, que no golpee la puerta de su casa.
Tornatore tiene la maestría de hacernos sentir la fugacidad del tiempo con el devenir de los avances tecnológicos. Muestra de ello es el cura censurador de besos y que luego se resigna a las libertades que trae consigo el mercado. Aquellos pedazos de celuloide que sobraron de las tijeras de la Iglesia, Alfredo los fue atesorando para construir una de las escenas más memorables de la historia del cine.
Especial para quienes vivimos los últimos minutos de las funciones a rotativo doble, antes que llegaran las salas hiper-acondicionadas, ultra-vigiladas, y de prolongadas introducciones adelantando tal o cual estreno, advirtiendo los malos hábitos de la piratería para llegar exhaustos al film, no sin antes quedar medio sordos con una estrambótica apertura de trompetas y naves siderales.

No hay comentarios.: