10/18/2006

Reflejo de los Balcanes

Roxana iba hacia el interior y decidió abandonar a medio camino el bus destartalado repleto de músicos, canastos y gallinas. Cuando me lo contó dijo que el episodio sólo era comparable con las escenas tipo de Kusturica.
Y tiene razón. El director bosnio lleva la impronta de crear ambientes donde todo parece desembocar en un festín orgiástico. Se hace acompañar de una orquesta a modo de coro de tragedia griega y personajes que rallan en la esquizofrenia. Es su modo de contar la realidad desquiciada de la guerra, que vuelve a entroncarse en “La vida es un milagro” con otros dos motivos: el amor y el absurdo.
El film nos introduce en un paraje sin nombre de los Balcanes, poco antes del inicio de las hostilidades entre bosnios y serbios. Es un pueblo montañés indiferente a las adversidades que lo rodean y que vive para organizar partidos de fútbol con una soprano de fondo, fiestas apoteósicas, soñar con un nuevo tren que les permita desarrollar el turismo y una burra enamoradiza que intenta acabar con su vida poniéndose porfiadamente entre los rieles.
Hasta que la guerra deja a Luka, el ingeniero, sin esposa ni hijo. Es más, llega a su cuidado una hermosa prisionera musulmana llamada Sadaha con quien empieza a involucrarse sentimentalmente en una pasión salpimentada de realismo mágico y bastante humor. No hay personajes secundarios que sobren, pues ellos muestran quienes son los verdaderos enemigos para los montañeses, los osos, en una vida repartida entre peleas de perros y gatos que conviven sin mayores sobresaltos.
Nadie mejor para retratar el absurdo de la guerra -los vecinos serbios están a un paso- cuando intenta ridiculizar el asunto racial. “Después de Hiroshima no hay más teorías” dice Jadranka. “Todo está en tu cabeza, no es Hiroshima”, responde Luka, en medio de los estallidos.
Con reminiscencias de “La carrera del siglo” de Blake Edwards, y lo mejor del humor femenino que encarna la actriz Vesna Trivalic -como una vez lo hizo la comediante norteamericana Marie Wilson-, vuelvo a encontrar ese candor de las películas hiperkinéticas, con personajes vulnerables, donde sólo se quiere llegar a la cama para rendirse al sueño, después de una jornada agotadora de reflexión y risas.

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