4/29/2008

Las viejas utopías

Hay quienes señalan que un viaje se mide sólo con el regreso como en el Mito de Ulises, o como en los casos de quienes se alejan de una ciudad por largo tiempo para volver en las proximidades de la muerte. Lamentablemente este no fue el caso de Alexander Supertramp, el personaje principal de “Into the wild”, escrita y dirigida por Sean Penn.
Este tipo de películas tiene una audiencia asegurada, pues ¿quién no ha soñado con mandar todo a la punta del cerro y mandarse a cambiar con todo allá mismo, lejos del mundo? Rousseau y el viejo axioma que el hombre o la mujer nacen buenos y es la sociedad la que los corrompe.
Alexander Supertramp es un estudiante como cualquier otro quien, a comienzos de los ’90, está a punto de entrar a la universidad. Es el mejor de la promoción y su padre le ofrece de regalo un moderno automóvil. Sin embargo el joven rehúsa el ofrecimiento diciéndole que se quedará con el mismo de siempre, un auto destartalado parecido a la citroneta de Fernando Villegas.
Comienza entonces este “road movie”, o “balsa movie”, al cambiar su auto por un bote inflable para bajar por un río y así dar forma a lo que será el motivo de su existencia: llegar a Alaska, internarse en los bosques desolados y vivir como un ermitaño, acompañado de una escopeta y unos cuantos libros.
El film está plagado de flashbacks que en nada aportan al eje central del film. ¿Un viaje iniciático?, ¿una actitud en franca protesta contra el consumismo?, ¿un santo de los tiempos modernos?, ¿un loco? De todo eso y un poco más es lo que deja a su paso con las personas que encuentra, las cartas que escribe a su hermana, los confesados episodios de un pasado familiar poco acogedor.
Este Jesús de zapatillas y mochila enristra con sus libros y su actitud desafiante una lección de vida a la futilidad de la vida moderna, amparada en un consumo sin control. Sin embargo, es un santo contemplativo que, en su intento por volver a la sociedad se queda imposibilitado debido a la crecida del río y a la ingesta de vainas envenenadas. Se queda entonces de manos atadas para derribar las alcancías en el mercado de la abundancia de esta nueva Jerusalén.
Demasiada referencias a Henry Thoreau, Lord Byron, Jack London y León Tolstoi, todos eximios creadores de esos mundos posibles lejos de las grandes ciudades. Penn se queda a la berma del camino, como Supertramp, dejando sólo destellos de disconformidad apuntando tímidamente a esa agotada panacea de felicidad norteamericana.

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