5/07/2008

Pequeño Genio

Escrita hace más de 150 años, Oliver Twist se ha convertido en un referente de la literatura crítica a la injusticia social, la pobreza y la bajeza humana que se vive en las grandes ciudades. Tal parece que el mundo ha cambiado bien poco desde entonces.
Aunque “Mi nombre es August Rush”, de Kirsten Sheridan, conserva gran parte de las temáticas principales que caracterizan a su partner Twist, como el hecho de ser un niño huérfano ingenuo que se enfrenta a la metrópolis bulliciosa para trabajar junto a un oscuro líder encargado de reclutar a jóvenes ladrones, August aporta su cuota novedosa con un talento innato por la música. Un genio en ciernes descubierto con facilidad.
Claro que la historia del niño abandonado está acompañada por la trama que dio vida al amor imposible de sus padres. Él un cantante de rock de clase media y ella una muchacha practicante de chelo, hija de un acaudalado padre autoritario que logra separarlos y, al saber del embarazo de su hija, alcanza mediante engaños donar al recién nacido a un orfelinato de Nueva York.
Este film algo se lleva de “El Perfume: historia de un asesino”, con ese don heredado por el desarrollo extraño de un órgano especial (el oído, en este caso) y que mucho tiene que ver con la genética de sus padres. Una mezcla de fantasía y dramatismo bastante cursi envuelto en una relación de imposibles que se vuelven a encontrar por medio de la pista casual que aporta Internet, bien poco creíble.
Una ensalada mal aderezada. Un caso sacado de los libretos de Sábados Gigantes y el reencuentro de padres e hijos separados por el destino y vueltos a encontrar por la providencia de Carabineros de Chile. Más valdría haber fijado el punto de vista simple y llanamente en la historia de un niño pobre, con un don único, y los avatares que encuentra en su camino para sobresalir. El tema de la resiliencia está de moda.
Pero nos quedamos pegados a la pantalla con pésimas actuaciones, una narración romántica no apta para diabéticos, un niño que al poco tiempo deja de hablar con las estrellas para pasar sin previo aviso a dirigir su propia orquesta, y un villano que en estos tiempos sólo provocaría un ataque de risa.
Un August Rush que más bien parece un Oliverio Twist descafeinado, brebaje que de todas formas puede hacer dormir como un potente tónico en las cómodas butacas de su cine.

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