4/16/2008

Gritos y Susurros

La filosofía del siglo XXI se inclina lentamente hacia la comunicación como materia prima. Mejor aún, la capacidad que tenemos para ponernos en el lugar del otro. Es lo que pregona Levinas y Tischner y que hace años se apropió Ingmar Bergman en su film “Gritos y susurros”.
Aproveché un viaje relámpago a Santiago para conseguir esta película en las inmediaciones del Metro Los Leones. Acá no la encontré ni en las casas de video ni en los clubes de cine arte. Espero que puedan encontrarla luego, en especial, quienes gustan de películas “espesas”.
No por nada Bergman es considerado el filósofo del cine. Dos mujeres llegan junto a sus respectivos maridos a la casona de la hermana moribunda de cáncer, en 1800. La hermana soltera, se hace acompañar sólo de su criada. Los conflictos que subyacen en las relaciones de parentesco no se saben hasta bien adentrada la media hora. El film dura poco más de una hora, lo suficiente para hacer trabajar las neuronas a cien por hora.
Los recuerdos y las imágenes oníricas con ciertas influencias de Freud se van entrelazando en temas de fondo como la creencia en Dios y la incomunicación. Cuando las hermanas enemistadas logran comunicarse, resulta una imagen tierna y violenta a la vez. Su diálogo transcurre en un torrente de caricias ahogadas y de palabras contenidas quizá durante años.
Subyace también el tema de la muerte, la amistad y el feminismo. De la mujer subyugada al hombre y los placeres culpables. Una lo busca con algunas salidas con el médico, mientras que la otra lo sublima cercenándose los genitales a fin de dar cuenta que no está disponible esa noche para su marido. Es la misma imagen que vi en “La pianista”, el film basado en una novela de Elfriede Jelinek.
Un film lento y críptico que llevó a su director a vivir aislado del mundo, en una isla, cerca de un faro. Pero que nos lega la importante labor que tenemos de comunicarnos hacia un norte que puede estar sustentado por la religión, o porque el simple diálogo constituye el átomo esencial que conforma a la verdadera condición humana.

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