1/29/2007

Desaciertos Malditos

“Todos somos lágrimas actuadas de Habana Blues”, con estas palabras termina una de las películas que encumbra a Benito Zambrano como uno de los directores españoles más interesantes de la década del 90. Después del éxito de su ópera prima “Solas”, Zambrano se zambulle en la aparente placidez del litoral caribeño de donde extrae el nombre del film.
“Habana Blues” es la historia del sinsentido que crea la expatriación; en este caso, doble para Ruy (Alberto Joel), el protagonista. Un músico que vive de su arte y que atraviesa el declive de su relación sentimental con la madre de sus dos pequeños hijos. Entonces aparece la oferta de irse a España si firma contrato de tres años con una productora que, poco menos, lo tratará como esclavo.
El acuerdo se llevará a cabo siempre que el artista hable mal de su patria en el continente ibérico, cuestión que puede abrirle las puertas a un mercado potente y cerrar puertas y ventanas de un eventual regreso a su patria de nacimiento. Al final la mayoría querrá arrancar del estancamiento de un sistema que les cercena las alas. Eso, en apariencia, ya que el mayor pecado del film es quedarse en las sombras.
Por un lado, la pobreza cubana se muestra de manera demasiado pintoresca. Para una alegría tan de capa caída como la chilena, mejor valdría una estancia de salsa y playas a un jugoso sueldo en los parajes medio grises de una Europa rodeada de chimeneas. Cómo explicar que el anuncio del rompimiento conyugal se haga en una fiesta donde nadie se sorprenda. “¿Cómo luchar con ese sol, con la política y con Dios?”, como dice una de las canciones, cuando la solidaridad desborda raudales hasta en los travestis, en una abuela alcohólica y en la reconciliación filial de los amigos.
La lámpara de Ruy no alcanza a iluminar a nadie más. No hay críticas visibles contra el régimen, más que insinuaciones a las colas abastecedoras de alimentos, las balsas que cruzan a Estados Unidos y un músico con ansias de fama y dinero. Ruy se queda como mensaje en una botella anclada a la orilla, con respuestas a largo plazo. Se queda con presentaciones locales, en un país que se aleja del retrato en sepia de las bandas de “Buena Vista Social Club” de Win Wenders para adentrarse en los movimientos musicales alternativos.
Son lágrimas actuadas, sí, porque cómo explicar tanta alegría en un hábitat que parece tan acogedor. Buena radiografía para saber lo que piensa la juventud cubana y que recoge, a la vez, las aspiraciones de todo el continente, pero sin mojarse en las aguas que lo rodean.

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