1/22/2007

4 torres en Babel


¿Qué tienen en común la travesía de una asesora ilegal en Estados Unidos que escapa de la policía, un matrimonio gringo en Marruecos esperando con desesperación la ayuda médica, unos pastores marroquíes en medio de una balacera a mansalva, y una estudiante coreana clamando por que alguien la escuche?, pues nada más que la incomunicación.
Tal como señala su título, “Babel”, el director mexicano Alejandro González Iñárritu encara la gran falacia del siglo de estar más interconectados que nunca por la tecnología, pero muy lejos de saber lo que siente el otro por esta otra grave enfermedad que paraliza los nuevos tiempos: el miedo.
Cuatro historias que comienzan a desarrollarse sin conexión aparente, terminan por relacionarse y corolar la trilogía que se planteó el director con la realización de “Amores perros” y “21 gramos”. Cuatro tramas localizadas en México, Marruecos, Estados Unidos y Japón donde González cae en la debilidad de alzar la mano vencedora a quienes viven amparados por las naciones más ricas. Está en el helicóptero que socorre finalmente a una malherida turista norteamericana y el abrazo pródigo del padre a su hija japonesa. Cuatro personas que parecen tenerlo todo son quienes llevan en sus espaldas el peso fuerte de la incomunicación a nivel más íntimo.
Los pobres, en cambio, se mueven en prodigalidad fraterna con matrimonios apoteósicos y una simpleza en la manera de vivir sin más recursos que una estera como cama. Sin embargo, será esa misma falta de recursos lo que gatillará el peor de los escenarios para ellos; sin saber qué pasó con el niño marroquí muerto, pero con la certeza casi instantánea para conocer la procedencia del rifle que fatalmente usaron. Como tampoco se alcanza a vislumbrar lo que aconteció con la nana mexicana deportada, tras trabajar 16 años de ilegal en la gran nación del norte. Qué mejor guiño para esta última incomprensión que ser capturada violentamente por un policía con los típicos rasgos mexicanos.
Un film hecho con un montaje inteligente, que juega con el orden temporal dejando los vacíos necesarios para que el espectador los concluya con un análisis profundo. No hay diálogos para la posteridad como tampoco discursos mediáticos con la introducción de escenas de hondo dramatismo teniendo a los niños como vasos contenedores de toda la angustia acumulada en la diáspora estéril de los adultos.

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