12/31/2004

El tren fantasma

Entra la Navidad de lleno en el nuevo siglo y, junto a ella, toda la fuerza que entregan los programas de la computación para mostrar con grandilocuencia El Expreso Polar, dirigida por Robert Zemeckis.
Al verla, cómo no recordar las seriales de televisión hechas con la técnica animada del “stop motion”, donde aparecen figuras hechas como de plasticina para narrar las aventuras edulcoradas de Rodolfo el Reno. Tim Burton resucitó esta técnica con la gótica producción El Extraño Mundo de Jack, hasta que El Señor de los Anillos debutara personajes realizados con el “motion capture”; pero todo eso queda en nada comparado con la avanzada fórmula tridimensional del “performance capture” del Expreso Polar.
Zemeckis se sirve de esta fuente tecnológica y de la omnipresencia de Tom Hanks para contar la historia de un niño de ocho años que empieza a desconfiar de la existencia del Viejo Pascuero. La aparición onírica de un fantasmal tren, la amistad con una niña de raza negra, un niño pobre y otro “sabelotodo” serán el pretexto para mostrar toda la capacidad que ofrece la computación y que va desde piruetas asfixiantes de montaña rusa hasta el periplo envolvente de un boleto de tren.
Queda de esta adaptación del cuento de Chris Val Allsburg la sensación de presenciar algo incompleto, con personajes totalmente prescindibles como el fantasma que dice ser amo y señor del tren. Posee atisbos contradictorios en el hecho que el niño pobre, antes de bajar del tren al llegar el Polo Norte, diga que los regalos y la Navidad carecen de sentido y sea el primero que corra tras un paquete al saber que lleva su nombre.
El film carece por completo del manoseado sentido navideño. Ni soñar siquiera con alguna mención al nacimiento de Jesús, inclusive los menores llegan a una moderna metrópolis donde los enanos responden fielmente al modelo fordniano de una fábrica de producción en serie. Los personajes más parecen sacados de un cuento de terror o será que a esta técnica le falta perfección para evitar que los niños caminen medios encorvados. Lo macabro alcanza la perfección en el vagón donde se hayan los juguetes perdidos de la tierra.Para olvidar tamaña pesadilla aconsejo revisar una producción de Glenn Jordan hecha para la televisión en 1966. Su título es Truman Capote’s a Christmas Memory. Es un relato sencillo, rústico, que dura 51 minutos, tiempo suficiente para que la relación de un niño y su vieja tía nos haga creer que la Navidad es algo más que recibir y sólo recibir cosas.

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