11/26/2004

Ojos verde olivo

Los ojos verdes que la joven afgana Sharbat Gula grabó en la portada de la revista National Geographic en junio de 1985, volvieron a asomarse al mundo cuando las tropas de Estados Unidos arrasaban su tierra en busca de Osama Bin Laden.
Mientras occidente cerraba filas en torno a la invasión, el director que criticó con el film Bowling for Columbine el gusto armamentista del pueblo norteamericano desconfió de todo al conocer la salida expedita de miembros de la familia Laden a pocos días del atentado a Nueva York la mañana del 11 de septiembre del 2001.
Desde que los hermanos Lumiere filmaran la salida de un grupo de obreras de una fábrica francesa al nacer el cine, que no era reconocida la mirada certera de la realidad en un documental. Fue así como el Festival de Cannes entregó la Palma de Oro a Fahrenheit 9/11, nombre que su director Michael Moore adoptó de la novela de Ray Bradbury -Fahrenheit 451- para graficar la temperatura en que arde el papel en una sociedad que reprime la cultura. El film señala el día en que comienzan a desaparecer las libertades individuales.
La obra enfrenta la figura del reelecto presidente de EE.UU., George W. Bush, con la justicia, el parlamento, la prensa y la industria norteamericana y de Medio Oriente que ocultaron sus vinagrosas aspiraciones de rico soberano y una intensa campaña de terror ciudadano. Este gesto desafiante se une la historia de Lila Lipscomb, una demócrata ferviente de la guerra iraquí que, al conocer la muerte de su hijo en combate, cambia de postura. Dicen que no hay dolor humano más grande que el de una madre por su hijo muerto. Moore se adentra con acierto en la secuela de otros llantos y ruegos por las calles de Bagdag.
El dolor se une al sarcasmo al comparar el apoyo de Marruecos a la gran nación con una estampida de monos, o a Holanda con una tropa de drogadictos como si fueran episodios de la serie Animales, Animales, Animales que daban a comienzos de los ochenta. No hay más metáforas, debido a la fuerza de los antecedentes acumulados y al prolongado silencio de la prensa mundial.“USA, donde la libertad es una estatua”, dice Nicanor Parra en un refrán que avala la reciente Ley Patriótica de EE.UU. que marginó a intelectuales de la talla de Susan Sontag, pero no a Moore: un regordete que no alcanzó a repetir la hazaña en el caso Watergate. Esta oda a la libertad de expresión no previó que al develar la coraza del personaje removía los cimientos de un viejo sistema económico y social.

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