2/18/2008

Navajas asesinas

Estoy seguro que Tim Burton debe ser fiel lector de Bram Stoker y Alejandro Dumas, porque su reciente entrega, “El barbero endemoniado” posee los argumentos casi calcados que encontramos en “Drácula” y “El Conde de Montecristo”. Los vampiros siempre han tenido un halo gótico insoslayable, que es la firma indeleble de los films de Buston.
Es más, el protagonista principal de este nuevo film, Benjamin Barker, tiene un nombre de semejante resonancia al de Jonathan Harker, el desesperado novio que intenta matar al padre de los vampiros. Tanto en “Drácula” como en “El barbero endemoniado” existe una mujer llamada Lucy, de una extraña belleza que sucumbe a los encantos de lo malévolo y que termina su vida de forma trágica.
Los paralelismos suman y siguen. Tal como en “El conde de Montecristo”, Benjamín despierta después de un largo cautiverio con una sola idea: la sed de venganza hacia un individuo con mucho poder que le arrebató de forma injusta y abusiva su familia, su fama y, lo peor de todo, su confianza en los seres. “El hombre es devorado por el hombre”, es el axioma romano que no cansa de repetir en cada una de sus canciones.
Sí, porque aparte de esos aires neogóticos, Tim Burton se las ingenia para aportar con otro grado de originalidad al hacer de este film un musical que tanto aburre a la audiencia chilena. Sin embargo, sin ser los actores cantantes experimentados, es el ritmo envolvente, necesarios para entender los pasajes del argumento, con un diálogo cantado a dúo, que se encuentran y vuelven a tomar sus cauces diferentes, lo que hace de este film una obra cantada con maestría.
Benjamín llega para vengarse y para ello retoma su oficio de experimentado barbero londinense. Sostenida actuación de un Johnny Deep desencantado con la vida, con los ojos inyectados de sangre, para quien la tierra no le brindará una nueva oportunidad de ser feliz y su única salida será la del “homo homini lupus”, el hombre es el lobo del hombre, para encarnizarse con todos quienes tengan la osadía de posarse sobre su sillón de barbero.
Con una exquisita escenografía victoriana aportando con esa cuota de melancolía que nos tiene acostumbrados el norteamericano director. Y un guión que no se permite un segundo mal compaginado, por eso llegamos a presenciar un final con lo mejor de las tragedias griegas. Pero no se engañe que el amor está presente como un legado de esperanza para las nuevas generaciones, aquellas que tienen el don de enmendar sus vidas con menos fatalismo que el de Benjamin Barker.

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