1/03/2008

La otra cara de la violencia

La escena termina cuando ambos, marido y mujer, levantan la cabeza después de rezar antes de la cena para mirarse como unos extraños. Y eso que en el film se muestran torrenciales muestras de cariño y de sexo entre ellos, conformando una familia bien constituida para quienes el sol brillará siempre sobre sus cabezas.
¿Qué pasó para llegar a ese estado lamentable de convivencia?, es lo que intenta develar con “Una historia violenta”, su director David Cronenberg, uno de los mayores aciertos que trajo el cine en los últimos años pues plantea de forma llamativa, el tema recurrente de la naturaleza violenta de los seres humanos; a diferencia de la esquizofrénica “Nacidos por naturaleza”, donde un par de desequilibrados irrumpen en el ambiente ofreciendo pistoletazos a mansalva.
“Una historia violenta” puede vestir los ropajes morales, pues la mirada de la última escena interpreta el sentido del perdón o la humillación, dejando abierta la posibilidad de un reencuentro o el comienzo del fin del episodio de felicidad expuesto al comienzo. En un pueblo tranquilo de Estados Unidos, donde el sheriff cumple el rol de un sacerdote.
El dependiente de un tranquilo café combate la llegada de dos forajidos que intentan asesinar a una de las empleadas. Este hecho lo llevará no sólo a ser considerado un héroe, sino que también un villano. Al menos esa sería la opinión de un extraño visitante quien, días después, se acerca al local con los ímpetus de cobrarse una antigua deuda.
Será el gatillante para una serie de episodios, de enfrentamientos y escapatorias, que irán develando la verdadera naturaleza del protagonista. El hijo que se enfrenta sin más a unos matones del colegio mostrará la inflexible y discutida postura que con la violencia se nace, que se lleva en los genes sin que la educación, ni el matrimonio ni mucho menos la sociedad puedan hacer algo para mejorarla.
En esa Norteamérica que se sume en la introspección por entenderse a si misma, para justificar esa manía por las armas y la rebelión de los puños. El rezo del final es el gesto más duro, pues desde esa postura el protagonista debería ofrecer la otra mejilla al primer golpe. Algo que no hizo y que sólo el amor sería la anestesia a ese sufrimiento. Reconciliación, sí; pero con verdad, dirán algunos. Usted ¿qué diría?

1 comentario:

Anónimo dijo...

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