1/15/2008

África al rojo

Cómo explicar la realidad brutal de un régimen dictatorial de África, sin caer en la enciclopédica forma de un documental. Esta es la pregunta que debió plantearse Kevin MacDonald antes de poner el título a “El último rey de Escocia”. La fórmula es bastante sencilla: incluir un personaje de ficción como un ingenuo médico escosés.
Nicolás Carrigan es el hilo conductor que irá develando el sinsentido del gobierno de Amín, el dictador de Uganda que de 1971 a 1979 mató por lo menos 300 mil opositores a su régimen. En el film se lo muestra comiendo con la mano, pero con una agudeza típica de los dictadores latinoamericanos que se afirman en una desconfianza casi enfermiza.
El film se sostiene por la fuerza interpretativa de sus actores, sumado a una historia que irá adquiriendo un ritmo vertiginoso. Todo el idealismo de este joven médico se irá desplomando en la medida que sus ambiciones entrarán en conflicto directo con sus valores más elementales, como el derecho a la vida.
Por eso poco importa si el espectador desconoce lo que ocurrió en ese apartado país africano. La solidez del argumento es tal que no hay espacios que rellenar con información extra. Carrigan llega en una misión humanitaria en Mgambo, en medio de la algarabía de los niños y las creencias folclóricas de la medicina ancestral. Pero este mundo dulcificado cambiará en la medida que acepta ponerse al servicio del dictador.
Sólo así conocerá la gangrena que afecta a una nación devastada en la lucha intestina de las etnias y los golpes militares. Las razones ya no bastarán para comprender la astucia animal de un gobernante criminal. Los días para el joven médico están contados.
Rozando el cine gore, es clave uno de las actuaciones menos destacadas a lo largo del film. El del joven médico del hospital pomposo de Gobierno que siente que su misión está más allá de curar enfermedades. “Estoy harto del odio, doctor Carrigan; vaya y dígale al mundo lo que pasa en el país”. Muchas historias han tratado el mismo tema con periodistas que escapan ensangrentados de las selvas impenetrables de Asia con la misión de denunciar y activar el botón del repudio internacional.
Mientras no haya paz en el mundo, la violencia y la codicia siempre serán los ingredientes preferidos para la elaboración de este tipo de cine-denuncia.

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