7/02/2004

Troya

“Los dioses nos envidian por ser mortales”, dice Aquiles en uno de los pasajes de Troya, el anunciado film de Wolfgang Petersen, constituyendo la inmortalidad uno de los motivos que guiará gran parte del desarrollo de una historia, a ratos, ambivalente.
A pesar de no ajustarse de lleno al poema de Homero, la cinta logra sustentar tres ideas básicas: el deseo de inmortalidad, la traición y la ambición; con un Aquiles que sólo busca consolidarse como héroe para la posteridad; la traición y el engaño al arrebatar la mujer amada a un ambicioso adversario; y la codicia por ganar territorios en las vecindades del mar Egeo. Estos son los ingredientes que entretejen una aventura donde prevalecen las pequeñas confusiones de alcoba hasta llegar al enfrentamiento bélico de Troya y Esparta, relegando la enemistad entre Agamenón y Aquiles a un segundo plano.
Sin embargo, no es un film apto para que estudiantes hagan un resumen de lo acontecido, ya que le director realiza una adaptación de la obra ajustándola a los cánones propios de la cinematografía, y que gravita en hechos lejanos a la obra original. La película toma a Patroclo como primo y no como amigo de la infancia de Aquiles; Briseida aparece como princesa y no como esclava; y con un final lejano a los dictámenes del libro: para Homero era mejor que Helena regresara a los brazos de Menelao.
La desfiguración de la historia épica queda superada por una ambientación de primer nivel. Para ello la filmación recreó lugares de la Grecia clásica de hace más de tres mil años con locaciones en México y Malta. Hay de por medio una investigación acuciosa de los lugares y los implementos que utilizaban los griegos en la antigüedad, llevando el detalle al paroxismo al crear el famoso caballo a una escala de doce metros de alto y con un peso de doce toneladas. Lo mismo ocurre con la aparición de dos barcos reales que fueron multiplicados por mil, gracias a los ingenios de los efectos especiales utilizados con bastante discreción.
La cinta se asemeja a ratos a Gladiador, sin lograr el apego que crean los personajes del film de Ridley Scott. En su mayoría interactúan personajes fríos, carentes de fuerza dramática. Por ello, la escena de mayor peso histriónico se encuentra encarnada en la acertada actuación de un septuagenario Peter O’Toole quien hace de Príamo, rey de Troya, y que parece fortificarse en su debilidad de padre en son de ruego, al lado de Aquiles (Brad Pitt) tratando de recuperar el cuerpo sin vida de su hijo Héctor.El film cierra su decisión de apegarse lo más posible a la realidad histórica y menos en la literaria, erradicando de plano los aspectos mitológicos que otros directores han sacado buen provecho, como en la trilogía de El Señor de los Anillos. Ni siquiera figuran utilizando recursos análogos, sin recurrir a los efectos especiales. Con este film, Petersen acaba de protagonizar su propia historia, al provocar descontento en la corte dorada del monte Olimpo.

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